¿Por qué hablamos hoy de crítica institucional en el campo del arte? La respuesta es muy sencilla: porque (todavía) creemos que el arte está intrínsecamente provisto con el poder de la crítica. Por supuesto no nos referimos aquí simplemente a la crítica de arte sino a algo más, a la capacidad que el arte tiene de criticar el mundo y la vida más allá de su propio ámbito, e incluso de cambiarlos ejerciendo esa crítica. Esto incluye, sin embargo, algún tipo de autocrítica, o para ser más precisos la práctica de la autorreflexión crítica, lo que significa que también esperamos —al menos antes lo esperábamos— que sea críticamente consciente de sus condiciones de posibilidad, lo que generalmente quiere decir sus condiciones de producción. Estas dos nociones —ser consciente de sus condiciones de posibilidad y de sus condiciones de producción— apuntan a dos ámbitos mayores de la crítica moderna: los ámbitos teórico y práctico-político. Fue Kant quien se interrogó, por primera vez, sobre las condiciones de posibilidad de nuestro saber y fue él también quien entendió esta cuestión explícitamente como un acto crítico. De ese momento en adelante podemos decir que la reflexión moderna es crítica —y de esta manera autorreflexiva— o no es moderna.